Me llego a tu altar, Afrodita Tropeia,
como vencido en desigual batalla:
mis fuerzas no pudieron con Orgullo y Egoismo,
atroces guardianes de sus puertas.
En primera línea de batalla, mi diosa,
Amor llenaba la llanura del Desconsuelo:
ancho de espaldas, recios músculos,
mil cicatrices demostraban otros combates
que con él no pudieron acabar.
Luchaba sin escudo, sin yelmo, sin espada;
las grebas arrojadas sobre un matorral.
Fue el primero en caer,
hendida una lanza desde lejos
con dirección certera al corazón.
Aún no ha muerto pero te traigo sus armas.
El escuadrón de las Palabras salió a la zaga
del gran Amor. En sus cóncavos escudos
cargaron su cuerpo ensangrentado retirándolo
del macabro campo de batalla.
Cargaron las lanzas de doble punta
y rozaron en algún punto a Egoismo
que en un momento sobre la arena
flexionó sus enormes piernas.
Arremetió Orgullo, cargado de furia,
que descargando una lluvia de flechas
oscureció el cielo rosado del amanecer.
Cegadas las Palabras fueron acribilladas por las flechas.
Aquí te traigo, mi diosa, algunos de los aquellos dardos.
A Lealtad he mandado ahora, Afrodita,
dudando ya de la conquista por la que otros perecieron.
Ella no perecerá, mas no confío en que se traiga la victoria.
Por ello a ti me llego, diosa de la derrota y del amor,
a tus altares llenos de exvotos de otros perdedores.
Verás inscrita en cada ofrenda la misma frase.
Siento haber perdido lo original de mis versos…
Mas sea también para ellos mi ofrenda:
«A la chipriota Afrodita Tropeia,
en esta mi derrota en el Desconsuelo,
porque ellos han ganado»
Alexandra López