¿Qué son las emociones? ¿Hasta qué punto podemos estimularlas?
«Habitualmente se entiende por emoción una experiencia multidimensional con, al menos, tres sistemas de respuesta: cognitivo/subjetivo; conductual/expresivo y fisiológico/adaptativo.»
Estas son las palabras con las que define Mariano Chóliz (2005) emoción: una respuesta psico-fisiológica destinada a la adaptación frente a un determinado estímulo.
Todas estas respuestas emocionales han sido relacionadas estrechamente con la dicotomía entre agrado-desagrado y la intensidad de dicha reacción emocional. No obstante, a la hora de
abordar la dramaturgia de los sentidos, nos es imprescindible conocer las funciones básicas de las emociones que son, siguiendo los estudios de Reeve (1994):
1. Funciones Adaptativas para la ejecución de una conducta adecuada
2. Funciones Sociales destinadas a las relaciones interpersonales y la comunicación y
3. Funciones Motivacionales encaminadas a crear la energía necesaria para la ejecución de una determinada conducta
El escritor Wyne Dyer escribió en uno de sus libros de autoayuda que solo hay dos emociones básicas [primarias]: una es el miedo, la otra es el amor, siendo las demás elaboraciones sujetas a la propia dimensión adaptativa, social y conductual de las mismas.
En cualquier caso, una vez conocida la “historia cognitiva” de las emociones, nos interesa conocer si existe la posibilidad de motivar o estimular las emociones, generarlas o, incluso, crearlas. Esencialmente este es un proceso complicado ya que las emociones tienen un alto componente personal e íntimo, experimental y vivencial que se remonta a nuestros primeros meses de vida en los cuales no somos capaces de consolidar las emociones pero sí comenzamos a codificarlas.
Sin embargo, la historia de los sentidos es la historia de la construcción social y cultural de los mismos (Smith, 2008); de este modo, la importancia que los sentidos tienen en la elaboración de una conciencia única, individual y, aún más interesante, colectiva, es primordial: cómo el sonido del mar es diferente según lo perciba una persona que vive en la costa u otra que nunca ha estado en ella pero cómo, en cambio, el sonido zozobrante de las olas puede retrotraernos a recuerdos olvidados o manifestarnos emociones desconocidas.
Los sentidos organizan la manera en que se ve el mundo y la relación con él y con los demás, de ahí que pueda tomarse el extremo de un hilo que pueda unir a dos personas o, incluso, a una comunidad de personas, y cómo estas generan emociones en nosotros mismos (inteligencia emocional) No obstante, para todo ello se hace imprescindible el contexto en relación a una creación armónica entre todos y cada uno de los elementos traídos a escena.
De la dramaturgia de los sentidos es fascinante el estudio de las emociones: comprender hasta qué punto un olor, un sabor, una determinada música o sonido o la conjunción de todos ellos, puede despertar en el espectador emociones o recuerdos que lo conecten en un grado más íntimo con nuestro texto o con la interpretación de nuestros actores.
Es indudable que no es lo mismo un teatro simplemente visual y sonoro, que aquel en el que se introducen elementos que estimulan el resto de sentidos como el gusto (un alimento asociado a nuestro protagonista o un sencillo regusto en el aire) o el tacto (una ligera tela que se suspende sobre los espectadores), etc.
Sea cual sea la “técnica”, la dramaturgia basada en los sentidos puede convertirse en el eje vertebrador que genere en nuestro espectáculo una experiencia distinta, nueva, y, con ello, enriquecer nuestra propia creación e inmersión dramática.
Alexandra López