Archivo mensual: octubre 2018

Hero y Leandro

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Hero recuerda la última carta de Leandro leída sosteniendo su cuerpo inerte sobre la orilla

No creía posible que el amanecer me trajera una desgracia peor que tu muerte. Pero en mi mano temblorosa sostengo una carta que lleva tu nombre, mientras la otra, desfallecida, sujeta tu pecho inerte.

Es posible, mi amada Hero, que tus manos acaricien esta carta pocas horas después de haber acariciado mis labios con esos mismos dedos en una noche más, amiga de ambos.

El mar estaba revuelto y el sol del día no parecía extinguirse para que llegara la noche ni la bonanza de estas aguas de mí se compadecia; y loco de rabia comencé a escribirte esta carta que comenzé por darle mil besos que a ti, de algún modo, te llegaran, con la vista clavada en este estrecho que tanto aborrezco pues de tu cuerpo el mío separa.
Sus olas embravecidas y altaneras me contestan y mi audacia creen poner a prueba. Hero, hoy es mala noche para los enamorados. ¡Pero que digo! ¡Cómo puedo ser tan cobarde! No debe esta debilidad parar mi amor. Sé que al otro lado tu candil me estará esperando, tus ropas secas, tus cálidos besos. ¡Y yo en dudas me debato en cruzar estas aguas cuya ferocidad no alcanza a la mitad de mi amor!

Te reirás y de tus labios una risa refulgente saldrá al leer mis indecisas palabras y riendo tan risueña dirás: «pobre Leandro el animoso», y a tu nodriza enseñarás mis letras y juntas contra mí urdireis bromas mientras tú recuerdas la noche pasada entre mis brazos y cómo al despedirme en tu regazo mi rostro acariciabas.

¡No seas cruel!

Es imposible, aunque el mismo Boreas las azote, que estas olas se interpongan entre tu amor y el mío.

Llegue esta carta cuando al destino plazca entregarla, si cuando ella llegue yo ya he gozado de tu compañía y ella es el mero recordatorio de una dulce noche y el anucio de una nueva.

Retén por un breve rato más tus divinos ojos sobre mis palabras que parecen transpasarlas y clavarse en mi alma, y que en ellos el tiempo surque rápido en su avance como empujado por un viento favorable y antes de que la concluyas sea yo, tu amado Leandro, a quien retengan tus brazos, desfallecido tras la travesia pero de amor henchido.
No ha de frenar esta furia marina a mi furor enamorado.

La noche comienza a tender su capa despacio. Ruge el mar… mas no lo temo aunque en la distancia parezca titilar el fuego de tu lámpara; valiente y audaz es el amor que, aún sin señas, halla siempre el camino.
Quiéreme, Hero, y en la otra orilla recibe solícito mi cuerpo.

Leandro

Alexandra L.