Archivo mensual: noviembre 2015

El Teatro Clásico en los Estudios de Género

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Las Heroínas trágicas

Medea

 

Aquí donde el doloMCallasMedeaPassolinir ya no duele, donde los males han cristalizado y ya no crecen; aquí donde el sol es ya infinito y se vive de los recuerdos… Aquí, aquí la madre ya no existe como, tal vez, nunca existió. Y, en cambio, la mujer sigue gimiendo bajo tu peso y aún me sigo perdiendo en tus ojos insondables como ese mar sobre el que navegué para una lenta y gélida muerte, Parca de mi destino

(Medea, Act. V. Versión de Alexandra López)

Medea, hija de Eetes, de la lejana Cólquide, donde se encuentran ricas tierras en oro, se debate entre una promesa vaga, unos hijos habidos, un abandono por el ansia de poder, la muerte y el rechazo.

Desde mis primeros acercamientos a la mitología del mundo clásico me he sentido atraída por las fuertes heroínas que especialmente el teatro griego fue modelando frente a un mundo fundamentalmente masculino. Y en especial siempre me fascinó el papel de Medea, porque, cuanto más se amplía su historia, más se aprecia la complejidad de un personaje que, aunque ha llegado a convertirse en portada de noticias, en el mundo actual, y cristianizado, no es fácil de entender.

Muchos otros héroes, nos cuenta la mitología, hicieron atrocidades (algunas semejantes a las de Medea, como, por ejemplo, Agamenón, aunque difiera la causa que las motivó) que a nuestros ojos han pasado, si no desapercibidas, sí al menos disimuladas. La parcialidad de la tradición y de las manos que la conducen y perpetúan.

Siempre he creído que bajo este personaje late un principio más fuerte que lo arraiga a las mismísimas fuerzas de la tierra y el cielo (no deja de ser la nieta de Helios) de las que obtiene todo su poder de maga con el que, como cualquier mago, puede hacer el bien o el mal, y de las que emanan pasiones encontradas, demasiado humanas.

En ella no sólo late un corazón heroico, sino que se conjugan dos verdades míticas que parecen romper con la perfectamente estructurada mentalidad griega, lo que lleva, más que a su rechazo, a su temor: en una sola persona se aúna heroicidad y sexo femenino, y esta heroína se convierte en “completamente activa”, a pesar de contar con un comienzo de “servidora del héroe”, categoría que comparte con muchas otras mujeres míticas (por ejemplo, Ariadna) Y da en su excepcionalidad un paso más sumando un poder que, en su caso, puede llegar a ser destructor: el amor.

Algunos trabajos de la carrera me permitieron acercarme e indagar en esos aspectos que a menudo aparecen sutilmente escondidos en una maraña de palabras y discursos difícilmente descifrables. Es diferente la lectura de la Medea en Eurípides que en Séneca; diferente cómo habla de ella Ovidio o cómo es representada en la iconografía: qué aspecto tiene o de qué atributos se acompaña; cómo se compadece, cómo sufre o cómo decide tomar venganza.

En cada verso que cae de sus labios se acude al debate feroz entre la Mujer y la Madre, un debate que en nuestra sociedad actual, o en la de hace algún tiempo, está casi fuera de toda duda: la mujer ha de ser madre y, por tanto, es madre antes que mujer. Aquí Medea rompe todos los esquemas preconcebidos con el enorme problema de su comprensión.

Otros personajes femeninos han servido a los trágicos para sembrar discusiones, tratar de lo correcto o lo incorrecto. Sin embargo, a Antígona podemos acogerla en nuestro ideario, porque es la hermana que da su vida por enterrar a su hermano insepulto; podemos entender a Fedra arrebatada de un amor insostenible por su hijastro y, por supuesto, comprendemos a una Penélope paciente esperando a Odiseo sin amar en veinte años a ningún otro hombre. Pero no así a Medea, todo lo contrario a Penélope, más cercana a Clitemnestra y su lucha por la igualdad y libertad sexual, pero muy lejos de nuestra concepción cristiana. No obstante, hemos de hacer un esfuerzo de análisis y crítica: ¿qué es mío y qué de la tradición con la que he nacido? para poder abrir nuestra mente y dejarnos comprender, que no es lo mismo que compartir o justificar.

¿Y por qué Medea es así? ¿Por qué esta bárbara, extranjera, tan lejana de la civilización, de Grecia, parece escaparse incluso de los cánones griegos que la acogen en su imaginación? ¿No chocaron los griegos en sus expediciones con una sociedad que los deslumbró no sólo por su oro? ¿Qué Medeas, qué Eetes y Apsirtos se encontraron que los llevaron a engendrar un mito tan rico en interpretaciones, con un personaje, femenino, tan extraordinario que ensombrece al héroe Jasón?

Escribió EstZieglerMedearabón (I, 2, 39): ἥ τε Μήδεια φαρμακὶς ἱστορεῖται͵ καὶ ὁ πλοῦτος τῆς ἐκεῖ χώρας ἐκ τῶν χρυσείων καὶ ἀργυρείων καὶ σιδηρείων δικαίαν τινὰ ὑπαγορεύει πρόφασιν τῆς στρατείας͵ καθ᾽ ἣν καὶ Φρίξος πρότερον ἔστειλε τὸν πλοῦν τοῦτον· (“la maga Medea es histórica, y la riqueza de esa misma tierra en oro, en plata y en hierro muestra una justa razón para la expedición, por la que también Frixo con anterioridad envió su flota”), y lo hace para proponer esta historia como paradigma a tomar por el grandioso Homero.

Pero sus tierras eran otras, sus orígenes distintos. La topografía de su pueblo, sus costumbres, todo ello hicieron de Medea, ya personaje real, ya ficticio con base real, un personaje que deslumbró y aún hoy sigue deslumbrando.

Entender el lugar exacto en que dos culturas entran en contacto, dos culturas que pueden diferir en absolutamente todo, incluso en su estructura social,  es entender el motivo base de un mito, de una historia o leyenda que navega de generación en generación modelándose por el tiempo y la sociedad, siendo, como no podría ser de otro modo, la esencia misma de sus personajes.

Al fin, decidme, ¿qué conocéis de mí más que los versos de cualquier poeta? ¿Quién se paró a preguntar por la vida de las mujeres? (…) Es cierto que Medea es una bruja de allende los mares, y eso os servirá para calmar vuestras conciencias… Los mitos nosotros los creamos por miedo a nuestros propios pensamientos y el tiempo los modifica. Y así soy yo un mito, una parte de la conciencia de cada uno de vosotros: la ilusión de vuestro pensamiento.

(Medea, Act. V. Versión Alexandra López)

Alexandra López

LA DEGENERACIÓN DEL MUNDO

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«Con la violencia olvidamos quiénes somos», Mary McCarthy

malmoSUSISOLGROS089Hoy mi reflexión no es sobre el mundo audiovisual, de teatro o personajes, aunque el mundo, en su realidad, la mayoría de las veces supera a la mayor de las tragedias inventadas por la mejor de las mentes creativas. A veces es tal la perspectiva de lo real, que pasado, presente y futuro se unen en un punto muerto donde es irremediable preguntarse: «¿dónde? ¿dónde perdimos el rumbo tan masivamente? ¿En qué lugar del cosmos humano tenemos amordazada a la bondad, a la buena fe, a la paz, a punta de pistola?»

No iba a hablar de teatro pero esto me recuerda a la obra de Aristófanes, La Paz. Sí, a aquella Paz, familiar de la nuestra, también la tenían secuestrada. ¿Era tan cruel lo que allí ocurría como lo es lo que cada día pasa aquí? A pesar de la parcialidad de unos y otros, las noticias son terribles.

No sé qué pasa,
dioses de toda religión
o creencia, ¿nos escucháis

o en lucha igual os matáis
haciendo oídos sordos
a toda súplica u oración?

Este mundo no muere,
seamos conscientes del lenguaje:
lo matamos. Hoy con veneno lentamente,
mañana a feroces machetazos
marcados de odio y miedo.

Bien. Tal vez los dioses nos abandonaron,
¿vamos a abandonarnos también nosotros?

El mundo se hunde bajo nuestros pies pasivos,
¿no escucháis la estentórea voz de la tierra?
¿No lanza amenazas y lamentos?

¿no agota sus fuerzas?
Un abismo se abre de angustia y tristeza.

¡Por qué solo alzar las manos
para descargar o amortiguar el golpe!

Terrorífico es pensar que en nuestra grandeza hemos agrandado la frase de que el ser humano es un lobo para el ser humano. Los lobos son mansos al lado de la fiereza contra nosotros mismos.CapillaSixtinaMANGEL

Está bien, admitámoslo: los dioses nos han abandonado, por las razones que cada uno tenga para ello, ¿por qué abandonarnos también nosotros? Y ¿por qué, antes de hacerlo, despellejarnos, magullarnos, anularnos, matarnos?

¿En qué momento hicimos de la vida
un viaje tan peligroso?

¿Por qué nos olvidó la divinidad
o la humanidad nos abandonó a nosotros?

El mundo degenera devorándose a sí mismo
y nosotros creemos luchar en dos frentes
que tienen como recompensa el mismo abismo

tanto si ganan como si pierden.

Si buscas venganza, prepara dos tumbas (Proverbio Chino)

¿Qué demente en nuestras cabezas
nos adormece con hipnóticas melodías
arrastrándonos como las sirenas de la Odisea

a lanzarnos al mar y ahogarnos?

¡Está bien, está bien!, tal vez los dioses nos han abandonado en un rincón oscuro de su ministerio, pero ¿no es hora ya de despertar a la conciencia que en algún momento dormimos? Y ya no importa a cambio de qué regalos la prostituimos, solo importa sacarla de una vez de ese burdel. ¿O cuánto más podremos aguantar?

Las palabras no pueden contra bofetadas, bombas o violencias más sutiles pero pueden ser cimientos sobre los que se apoye la acción para el cambio desde la cultura, el respeto y la igualdad porque cuando la libertad llega con las manos llenas de sangre, es difícil estrecharle la mano (Oscar Wilde)

Alexandra López

LOS CONTRATIEMPOS DEL TIEMPO

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LA APORÍA DEL TIEMPO NARRATIVO

De los contratiempos del tiempo podríamos hablar largo y tendido extendiendo en las fauces de su imperio la gravedad sonora de su palabra errante.

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Podríamos hablar de mudas quejas, de alzado espíritu y marionetas cojas. Da igual, no importa del misterio más que la ausencia de la seguridad que imprime palabras inconexas en idiomas desconocidos.

Un contratiempo esponerle cadenas al tiempo, retenerlo con dulces y chocolatinas por ser exquisito nuestro juego presente: no le sirven clavos ni maderos, ni súplicas al cielo ni diluvios universales ni tormentas entrañables.
(A. López, Contratiempos)

Dejando a un lado el lirismo y la poesía, el tiempo en la ficción tiene sus propios contratiempos, sus aporías, sus puertas y ventanas sin salida. Un contratiempo del tiempo es que una hora de teatro se haga veinte o que dos se hagan diez minutos.

¡Cómo nos gusta jugar con el tiempo en la ficción!: cómo lo atrapamos imprimiendo nosotros el trazado por el que debe discurrir: senderos llanos, planicies, profundidades marinas, enormes montañas. Por un instante (un instante de ese Tiempo) ¡somos dueños del tiempo!

¿Y el tiempo narrativo no es acaso un contratiempo del Tiempo? Filosófica aporía.

En un microteatro quince minutos pueden ser una vida entera, o varias vidas, o quince minutos son… quince minutos.

La casualidad es otra aporía: la casualidad, por falta de causalidad, no existe: toda acción tiene una causa que se ha fraguado dentro del tiempo (narrativo) y que, en cambio, no está reñida con una sutil y dulce anticipación que rompe con su magia (una música, un objeto, un recuerdo… un olor) la sorpresa completa. Sí, la sutil anticipación que permita al más sagaz aquello de “¡lo sabía!”

Y es que el tiempo tiene sus misterios, quién lo duda, jugando un papel protagonista en la misma estructura de la estructura de nuestro brillante y habitable mundo narrativo (“¡yo quiero entrar ahí!”)PersistenciaMemoriaDALI: el problema de mi historia no se deja asir fácilmente sino que queda encerrado, a veces oculto, dando ligeras noticias de sí mismo, en ese tiempo: un secuestro, una hora estipulada, un reloj que se deshace… Ya tengo al tiempo y al espectador dentro del mismo saco y encaminados a la consecución de un objetivo común.

Sin embargo, los tentáculos del tiempo llegan más lejos o, quizá, más profundamente: también alcanza a los personajes, por supuesto, que no pueden quedarse petrificados, incoherentes, inmutables a lo largo de la historia: estos se desenvuelven, matizan y evolucionan dentro del devenir de mi tiempo narrativo permitiendo identificaciones, simpatías o enemistades.

Así, podríamos decir que el tiempo impone sus contratiempos donde historia, personajes y espectadores luchan por participar y controlar un tiempo que, las más de las veces, vuela libre, dejándonos hacer, dándonos el gusto de creer que lo tenemos atrapado dentro de una cajita de la que es imposible escapar, pero riéndose con sorna de vernos caer, una vez más, sutilmente, en sus redes. Sin salida.

Alexandra López