Las Heroínas trágicas
Medea
Aquí donde el dolor ya no duele, donde los males han cristalizado y ya no crecen; aquí donde el sol es ya infinito y se vive de los recuerdos… Aquí, aquí la madre ya no existe como, tal vez, nunca existió. Y, en cambio, la mujer sigue gimiendo bajo tu peso y aún me sigo perdiendo en tus ojos insondables como ese mar sobre el que navegué para una lenta y gélida muerte, Parca de mi destino
(Medea, Act. V. Versión de Alexandra López)
Medea, hija de Eetes, de la lejana Cólquide, donde se encuentran ricas tierras en oro, se debate entre una promesa vaga, unos hijos habidos, un abandono por el ansia de poder, la muerte y el rechazo.
Desde mis primeros acercamientos a la mitología del mundo clásico me he sentido atraída por las fuertes heroínas que especialmente el teatro griego fue modelando frente a un mundo fundamentalmente masculino. Y en especial siempre me fascinó el papel de Medea, porque, cuanto más se amplía su historia, más se aprecia la complejidad de un personaje que, aunque ha llegado a convertirse en portada de noticias, en el mundo actual, y cristianizado, no es fácil de entender.
Muchos otros héroes, nos cuenta la mitología, hicieron atrocidades (algunas semejantes a las de Medea, como, por ejemplo, Agamenón, aunque difiera la causa que las motivó) que a nuestros ojos han pasado, si no desapercibidas, sí al menos disimuladas. La parcialidad de la tradición y de las manos que la conducen y perpetúan.
Siempre he creído que bajo este personaje late un principio más fuerte que lo arraiga a las mismísimas fuerzas de la tierra y el cielo (no deja de ser la nieta de Helios) de las que obtiene todo su poder de maga con el que, como cualquier mago, puede hacer el bien o el mal, y de las que emanan pasiones encontradas, demasiado humanas.
En ella no sólo late un corazón heroico, sino que se conjugan dos verdades míticas que parecen romper con la perfectamente estructurada mentalidad griega, lo que lleva, más que a su rechazo, a su temor: en una sola persona se aúna heroicidad y sexo femenino, y esta heroína se convierte en “completamente activa”, a pesar de contar con un comienzo de “servidora del héroe”, categoría que comparte con muchas otras mujeres míticas (por ejemplo, Ariadna) Y da en su excepcionalidad un paso más sumando un poder que, en su caso, puede llegar a ser destructor: el amor.
Algunos trabajos de la carrera me permitieron acercarme e indagar en esos aspectos que a menudo aparecen sutilmente escondidos en una maraña de palabras y discursos difícilmente descifrables. Es diferente la lectura de la Medea en Eurípides que en Séneca; diferente cómo habla de ella Ovidio o cómo es representada en la iconografía: qué aspecto tiene o de qué atributos se acompaña; cómo se compadece, cómo sufre o cómo decide tomar venganza.
En cada verso que cae de sus labios se acude al debate feroz entre la Mujer y la Madre, un debate que en nuestra sociedad actual, o en la de hace algún tiempo, está casi fuera de toda duda: la mujer ha de ser madre y, por tanto, es madre antes que mujer. Aquí Medea rompe todos los esquemas preconcebidos con el enorme problema de su comprensión.
Otros personajes femeninos han servido a los trágicos para sembrar discusiones, tratar de lo correcto o lo incorrecto. Sin embargo, a Antígona podemos acogerla en nuestro ideario, porque es la hermana que da su vida por enterrar a su hermano insepulto; podemos entender a Fedra arrebatada de un amor insostenible por su hijastro y, por supuesto, comprendemos a una Penélope paciente esperando a Odiseo sin amar en veinte años a ningún otro hombre. Pero no así a Medea, todo lo contrario a Penélope, más cercana a Clitemnestra y su lucha por la igualdad y libertad sexual, pero muy lejos de nuestra concepción cristiana. No obstante, hemos de hacer un esfuerzo de análisis y crítica: ¿qué es mío y qué de la tradición con la que he nacido? para poder abrir nuestra mente y dejarnos comprender, que no es lo mismo que compartir o justificar.
¿Y por qué Medea es así? ¿Por qué esta bárbara, extranjera, tan lejana de la civilización, de Grecia, parece escaparse incluso de los cánones griegos que la acogen en su imaginación? ¿No chocaron los griegos en sus expediciones con una sociedad que los deslumbró no sólo por su oro? ¿Qué Medeas, qué Eetes y Apsirtos se encontraron que los llevaron a engendrar un mito tan rico en interpretaciones, con un personaje, femenino, tan extraordinario que ensombrece al héroe Jasón?
Escribió Estrabón (I, 2, 39): ἥ τε Μήδεια φαρμακὶς ἱστορεῖται͵ καὶ ὁ πλοῦτος τῆς ἐκεῖ χώρας ἐκ τῶν χρυσείων καὶ ἀργυρείων καὶ σιδηρείων δικαίαν τινὰ ὑπαγορεύει πρόφασιν τῆς στρατείας͵ καθ᾽ ἣν καὶ Φρίξος πρότερον ἔστειλε τὸν πλοῦν τοῦτον· (“la maga Medea es histórica, y la riqueza de esa misma tierra en oro, en plata y en hierro muestra una justa razón para la expedición, por la que también Frixo con anterioridad envió su flota”), y lo hace para proponer esta historia como paradigma a tomar por el grandioso Homero.
Pero sus tierras eran otras, sus orígenes distintos. La topografía de su pueblo, sus costumbres, todo ello hicieron de Medea, ya personaje real, ya ficticio con base real, un personaje que deslumbró y aún hoy sigue deslumbrando.
Entender el lugar exacto en que dos culturas entran en contacto, dos culturas que pueden diferir en absolutamente todo, incluso en su estructura social, es entender el motivo base de un mito, de una historia o leyenda que navega de generación en generación modelándose por el tiempo y la sociedad, siendo, como no podría ser de otro modo, la esencia misma de sus personajes.
Al fin, decidme, ¿qué conocéis de mí más que los versos de cualquier poeta? ¿Quién se paró a preguntar por la vida de las mujeres? (…) Es cierto que Medea es una bruja de allende los mares, y eso os servirá para calmar vuestras conciencias… Los mitos nosotros los creamos por miedo a nuestros propios pensamientos y el tiempo los modifica. Y así soy yo un mito, una parte de la conciencia de cada uno de vosotros: la ilusión de vuestro pensamiento.
(Medea, Act. V. Versión Alexandra López)
Alexandra López